XVII
Y los días se alargaban como mares impertinentes.
El límite era la luz, lo temido cotidiano.
El sol amenazaba primerizo, cálido,
a los cuerpos de luz que, ordenados,
acataban su condena
diaria y mortuoria.
No hay nada que hacer
bajo la gruesa capa de aire desesperado
de este verano tardío:
hay mucha luz que desvelar
esa es la labor del poeta
y el misterio tal vez nunca,
y eso sería la poesía.
En esos días en que todo era un maldito laberinto
transparente.
¿Cuántas cosas nos quedaron por aprender ese verano
del que no nos acordaremos?
Y sabías que la única forma de acabar un poema
era inacabarlo.
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