Poeta alejado de modas y modismos. Su poesía es resistencia. Su obra es revelación. Ante el influjo de una poesía cada vez más inclinada hacia las nuevas corrientes , la obra de Claudio Rodríguez se acerca hacia lo particular, hacia la tierra, que le va a proporcionar las metáforas esenciales para su poesía: la semilla, o todo aquello que se da sin más, como su poesía, fruto de la reflexión cuidadosa, de la observación y del trabajo que se gesta en la lentitud de quien se sabe un poeta alejado de los cánones imperantes en la poesía del medio siglo en España. La suya es una poesía que supera lo social, corriente imperante en los cincuenta; también supera la confesionalidad de otros compañeros de generación. Su obra no utiliza a personajes anónimos para expresar una sentimentalidad que puede ponerse en boca de todos. Su poesía es un original pulso a lo que se estaba haciendo en ese momento histórico, frente a los fastos de lo urbano, de las nuevas tendencias culturales, el cine, el jazz, el cómic, los medios de comunicación, trata de oponerse a todo lo anterior desde lo mundano, desde la tierra, que se da a todos.
Aparecen en su poesía símbolos como la semilla, el trigo, las labores del campo que cumplen la función de unión entre el hombre y la Tierra, que permite, como un animal bondadoso, ser cultivada para darse sin más. El trigo que hace el pan, el símbolo sagrado de unión de lo divino y lo humano. El vino, que cumple la función de unión entre las fuerzas del hombre y la parte más báquica de la humanidad y que el hombre cumple a diario en el consumo del vino que le permite ir más allá de sus posibilidades: el elemento atávico que habita en el hombre desde el principio de los tiempos, lo desconocido, lo que el hombre no sabe y a lo que no sabe dar respuesta.
Aparecen en su poesía símbolos como la semilla, el trigo, las labores del campo que cumplen la función de unión entre el hombre y la Tierra, que permite, como un animal bondadoso, ser cultivada para darse sin más. El trigo que hace el pan, el símbolo sagrado de unión de lo divino y lo humano. El vino, que cumple la función de unión entre las fuerzas del hombre y la parte más báquica de la humanidad y que el hombre cumple a diario en el consumo del vino que le permite ir más allá de sus posibilidades: el elemento atávico que habita en el hombre desde el principio de los tiempos, lo desconocido, lo que el hombre no sabe y a lo que no sabe dar respuesta.
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