Y el aire aquí era un cuerpo sólido, opresor,
olvidando su capacidad de enero,
rescatando de la muerte las ramas en los ríos,
en el agua que se hace primera,
en las briznas latentes
con un verde recién iniciado;
el agua busca su ritmo,
unirse con el aire,
ascender a lo escondido
de qué animal,
de qué palabras que nunca habíamos oído,
una palabra que no entenderíamos.
La cara en el río era la prueba
del paso del tiempo,
antepasados casi malignos de nosotros mismos,
midiendo el tiempo que hacía que dejamos el juego
entre las piedras,
con personas contemplándonos;
o incluso más lejos,
más tiempo traspasado,
cerca del agua y de los bosques
que nos contenían amorosos y vacíos.
Sucintos éramos nuestro peso,
la voz pequeña y dulce
aprendiendo el mundo.
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