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Trabajo sobre la obra de Diego Jesús Jiménez


Sobre la belleza en la obra de Diego Jesús Jiménez
Un apunte

Hablar a estas alturas de la obra de Diego Jesús Jiménez es una tarea redundante. La obra reciente del profesor Juan Manuel Molina Damiani sobre antiguas y nuevas aportaciones a la obra de Diego hacen de este apunte un mero complemento superfluo.
Con mayor o menor fortuna, se han tratado aspectos interesantes de su obra, las aguas del Júcar, el río del que tanto se habla en su poesía, el elemento camp, la transformación del joven poeta en un poeta consagrado, etc. Sin embargo, me gustaría tratar aquí un aspecto que, si bien es inherente a la poesía, toda la soflama posmodernista nos lo ha hecho ver como algo ajeno. Hablo de la belleza; la belleza como categoría estética, la belleza como parte de la modernidad, como función en la poesía, no como adorno. Toda la poesía francesa moderna trató de despojar a la poesía la parte más parnasiana porque sí, o al menos, la más interesante. Se descubrió la carroña, la ciudad, lo feo, lo maloliente, la sífilis.
Creo que es hora en poesía de acabar con esa influencia feísta, apocalíptica. Parece abundar en los últimos años en la poesía las palabras obscenas, las prostitutas tristes, las paradas de metro. Hace un siglo esto fue necesario, ahora, no lo creo. No todo es poetizable. La poesía tiene mucho que ver con un ejercicio de purificación poco esnob, pero esta corriente última abunda, de ahí la falta de interés, el adocenamiento de jóvenes poetas universitarios o viceversa, no sé qué es peor, desconocedores de la auténtica índole de la poesía.
La creación poética en su origen tiene mucho que ver con lo ritual, con la invocación y por ende, con la perfección estética en su planteamiento. La parafernalia debe ser perfecta, musicable. Pensemos en el sánscrito, significa perfecto, así debe ser la poesía, perfecta al menos en su enunciación. La poesía es música escindida, separada. La lengua sefardí pervivió por la costumbre religiosa, por la invocación continua y cansina en la casa del padre.
La poesía es repetición, es mantra, es música en otro lugar. Recuerdo los primeros intentos de poesía del Mester de clerecía, versos alejandrinos como letanía, repetición dura y consonántica, facilona, si me lo permiten, que debe quedar en la cabeza del creyente, debe ser perfecta para ser recordada, debe ser bella al enunciarse.
La poesía del siglo XXI es heredera de esa poesía medieval. No se ha inventado en este siglo. Ese es el error de fondo, la falta de responsabilidad poética, la falta de conocimiento. Los poetas son eslabones, tan necesario es Berceo como Luis Rosales, pongo por caso. No se puede crear una corriente alternativa de la nada, y lo underground está muy visto. Deberíamos acabar con lo posmoderno ahora.
Después de esta introducción, me gustaría hablar del carácter paradigmático de lo dicho anteriormente en la obra de Diego. Uno de los aspectos que me llama la atención es precisamente eso, la belleza, la perfección enunciativa o la elegancia casi renacentista que está presente en la obra de Diego. Belleza, elegancia, que es, ni más ni menos, que saber decir lo oportuno en el momento adecuado y no como los jóvenes maestros del gay trinar que proliferan por las aulas españolas, que dicen pero no cuentan nada. Belleza en la obra de Diego como herramienta de resistencia, no es fácil decir lo correcto en el momento adecuado, a veces, eso te condena a un ostracismo doméstico bastante incómodo, te aparta de los circuitos y de ciertas antologías que crean tendencias y modas más o menos acertadas.
La obra de Diego, y este es un análisis externo, superfluo, si me lo permiten, es bella; hay grandes poetas con un verso duro como Unamuno:
“buitre voraz de ceño torvo”
Y poetas con una intención estética marcada como Cernuda:
“donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora,
donde yo sólo sea,
memoria de una piedra sepultada
entre ortigas”
Cernuda además es, de su generación, el más preocupado por la musicalidad escindida de la que antes hablaba. Su poesía es más sutil, más sugerente, acostumbrada a la poesía anglosajona, a su lengua pautada y musical; el inglés es time-stress language , la poesía en inglés es de pies métricos, no silábica como la nuestra, la nuestra tiene un claro carácter romance y más tarde italiano en el renacimiento. Decía Shakespeare:
“My mistress is nothing like the sun”
que leído en inglés, contiene tres pies métricos.
La poesía de Diego tiene un carácter frío en un primer intento, este carácter le viene dado por la dificultad, por el verso largo, casi versículo, de difícil lectura, es un elemento barroco:
“…nacen de ti, silenciosa y oculta, fiesta en la oscuridad, flor que ha crecido…”
o
“…reflejo de oro de nuestra pobreza, ardiendo en la mirada de cristal, tendido en los profundos bosques”
Ambos poemas de Fiesta en la oscuridad que contiene además, la parte subrayada una idea, o un postulado estético que más adelante trataré: mirada de cristal, porque la poesía es ética y estética, cuidando el orden del discurso, según Foucault, el hombre pretende la verdad, la sociedad, cualquier sociedad, separa a aquellos que son susceptibles de no decirla, al loco, el mundo está basado en la verdad, el poeta se sitúa en esos márgenes, produce verdad, pero es una verdad que no todos pueden escuchar, o al menos no todos pueden entender. Diego es uno de esos poetas que produce verdad, junto con Claudio Rodríguez, ambos son descubridores de una belleza rural y primigenia, del silencio, de esos espacios naturales infravalorados por los poetas urbanos, deslumbrados con los telones de Venecia y la obsesión del neón.
No es mi intención devaluar a ciertos poetas que han hecho de esta poesía pretendidamente urbana su bandera, pero debería haber una revolución similar a la que le retorció el cuello al cisne para acabar con el modernismo, en estos tiempos de posmodernismo trasnochado.
Pues bien, tanto Diego como Claudio son los mentadores, los que nombran esa realidad no tan lejana, la música de la luz, el ruido de una golondrina en su vuelo, que más tiene que ver con la sugerencia japonesa que con la tradición española en poesía de finales del siglo XX.
La poesía entendida como medio de conocimiento según Valente; Diego entonces traduce lo bello que hay y lo plasma en tiempo y en espacio por medio de la música, parafraseando a Hesse.
Queda por tanto su poesía como muestra, como un metarrelato (metarecit), un delicatessen estético que defiende la belleza como una forma de resistencia, de enfrentamiento al mundo, a contracorriente, al margen de las modas, de ahí su clasicismo, su modernidad.
En primer lugar, en el poema ”Fiesta en la oscuridad”, nos encontramos con un tono alucinado, canta el bardo, la verdad del loco, del que no se somete a las reglas de la sociedad y contempla la verdad, otra verdad, la que pertenece sólo al que la enuncia o es capaz de verla, nos hace partícipes de esa verdad visionaria. Podemos contemplar el mismo cuadro, pero sólo nos gusta su versión dicha.
“… como un dios inventado”.
El poeta es un deicida confeso, la poesía es una forma de oración, el poeta lo hace aquí, convierte a Dios en minúsculo, en algo doméstico.
En “Bacanal para el llanto”, predomina el sustantivo, el poeta cuenta, casi narra, narra con una elegancia peculiar en poesía.
Se repite un grupo, un sintagma nominal muy abundante en toda la poesía de Diego: “mirada de cristal”, “de cristal es la luz”, este sintagma tiene numerosas variaciones, pero siempre combina un sustantivo con significado negativo, sepulcro, urna, tumba, junto con un complemento nominal de significado afirmativo: por ejemplo, de cristal, de luz, que expresa lo claro, una oposición a la muerte, a lo que desciende, la luz sube, de ahí el título Fiesta en la oscuridad, que puede verse como otra variación del sintagma del que hablamos; luz en la oscuridad, música de nuevo, contradicción de lo oscuro, superación de la muerte, o de lo estéril.
También me gustaría llamar la atención, tanto se ha dicho, que es difícil explicarlo, de algo que ya estudió el maestro Dámaso Alonso en la obra de Juan de Yepes, en su Noche oscura del alma, la llama, los candiles, las velas, elementos que nuevamente dan luz, pero que no deslumbran, quizá un apunte, no místico, creo que sería arriesgado decirlo así, pero sí que hay un matiz ascético, de mejora, de ascensión. Elementos en los que se apoya el poeta, que iluminan pero no ciegan, elementos que superan la oscuridad.
“Color solo” es una rara muestra de maestría; me gustaría compararlo a la obra de Zurbarán, por una clara proximidad de contenido, obvia decirlo, pero imaginemos un Zurbarán que pintase un lienzo sin colores, o con escasos colores, es casi imposible.
Esto es lo que hace en “Color solo”, hay siete adjetivos, más algún complemento del nombre que tienen función adjetiva. La capacidad de evocación es enorme con sólo siete adjetivos, de los cuales, dos se repiten: solo. Con este material nos presenta un fresco vivo, algo que no está al alcance de todos, el poema es de un cromatismo vivo casi infinito.
En “Crepúsculo en las aguas del Júcar” volvemos a encontrarnos con la construcción característica de la obra de Diego:
…lentas criptas de luz[…]
…sacristías de agua…
Que presentan la idea mencionada antes, tanto cripta como sacristía nos ofrecen un sustantivo con significado, por extensión, negativo, sobre todo en sacristía, que en un primer momento, no tiene un significado negativo, pero que es la parte más recóndita de la iglesia, la de más difícil acceso, ambos sustantivos están complementados por los sustantivos de agua y de luz, que ofrecen una contraposición clara entre el primer elemento y el segundo. Una contraposición léxica muy usada en la oratoria barroca, un claroscuro abrupto desde la elegancia en el decir de Diego Jesús Jiménez; oscuridad-luz: criptas, oscuridad, pero de luz, lo que está abajo accede a lo externo, lo oscuro es luz, quizá la muerte sea así para el poeta inmortal, se pueden apreciar la rebeldía ante la muerte, el ansia de sobrevivirse. Liberación desde lo estético.
Y por último hablar de “Calderón de la Barca, 41”, uno de los poemas paradigmáticos de Diego donde una vez más muestra su maestría poético- narrativa tan característica y donde se repite el sintagma clave que estamos estudiando, el sepulcro de cristal, nuevamente la muerte transparente, que la muerte nos sea clara, que se desvele ese enigma que cualquier humano alguna vez se pregunta y que tal vez Diego haya aprendido a superar desde su poesía. El temor blanco, otra oposición léxica, junto con el rostro transparente de alguien muerto, en este poema que evoca recuerdos de infancia, la parte naturalmente más alejada de la muerte, el niño que empieza a preguntarse por ese misterio ancestral de nuestra especie.
Para terminar el poema con el postulado:
…la indefensa blancura
que la muerte conquista
donde ya aparece el concepto de la muerte superando la interminable blancura que es la vida, planteando un problema de difícil resolución, un problema que ofrece infinitas preguntas y cuyas respuestas, no todas, se encuentran entre la belleza de los versos de la obra de Diego Jesús Jiménez.

Joaquín Fabrellas Jiménez

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