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Las voces indomables
Manuel Lombardo Duro

Colección Caja de formas, nº 5. Piedra Papel Libros. Jaén. 2017.

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Portada, contraportada y solapas del libro de Manuel Lombardo Duro.

La poesía de Lombardo Duro nace siempre de la paradoja ante la necesidad de expresar el silencio del que surge y  el acabamiento del mismo al escribir el poema. Poesía que enfrenta la acción y la inacción, la palabra y el silencio, el lenguaje y el caos en el que se origina la obra de Lombardo. Texto que violenta sus propias bases expresivas, se decanta hacia la pureza sintáctica y hacia un léxico que bordea los límites del conocimiento y el vacío; la poesía como concepto con el que expresar la nada.

El mundo sensible de Lombardo le sirve como correlato a su poesía, su mundo no existe, está en suspenso. El lenguaje lo constata, su texto es el silencio. Bascula entre el latido de la nada y la pulsión de lo dicho. Su discurso es por tanto reflexivo, la reflexión meditativa es la única forma de enfrentarse al poema. Su poesía no es belleza, es ante todo verdad, pero el lenguaje destruye siempre la verdad, la metamorfosea, precisa el cambio continuo de las significaciones, el mundo inexistente de Lombardo está siempre destruyéndose y el texto es continua epifanía, anábasis, comprensión última del texto inescrito del mundo.

Todos los poemas del libro son una apuesta al vacío,  la constatación de que el objetivo último de su creación no se ha cumplido: que el poema fuese silencio, hace aflorar la radical tentación de escribir que contrarresta la posibilidad de la inacción donde se instala su crítica de la realidad, tan impura, tan falsa, porque el mundo nuestro es representación y caos, desorden y ruido, vulgaridad y falacia, donde impera la fuerza represora de unos regímenes que se llaman modernos y evolucionados. Esta contemplación especular del mundo que se nos representa a todos de distinta forma, provoca en el poeta una risa sardónica, el alejamiento de la especie no es más que un recurso de defensa ante el intento uniformador de un movimiento cultural esclerotizado por el consumo más pueril.

De ahí que Lombardo afirme: “a mi rebelde negación / más insurrecta”, el deseo bartlebiano de negarse a hacerlo, porque el poeta siente el peso de la negación como punto de partida, pero, por otra parte, siente la imperiosa necesidad de no callar, de ahí que afirme la realidad  oponiéndose a su canto envenenado de felicidad y dicha. El poeta tiene la posibilidad de mover el fulcro del lenguaje y crear una realidad diferente, toda buena poesía hace eso, encuentra nuevos significados en las mismas palabras, su labor es revolucionaria, todo aquel que no encuentre la capacidad  de cambio en la poesía será un poeta que no entienda su labor en la sociedad.

Porque siempre la verdad está antes, y después aparece el poema: “la rebelde verdad / que va siempre delante / de la visión y del acto” […]; el poema de Lombardo se contradice en sus bases epistemológicas, su radical contradicción creativa, de ahí la hermosa tensión reflexiva entre el ser y el no ser, el poeta prefiere rondar el silencio para expresarlo, mientras la vida se suspende entre lo inefable y lo dicho: “no sabes siquiera /  si tú estás / infinitamente vivo / o infinitamente muerto, […]

Recurre, como el místico, a la contemplación interior: “Ahora cierro los ojos / para mejor oír / […] Porque el poema también debe “callar / lo impronunciable.”

La palabra se establece como alianza y condena, ya que por una parte se alía para el torpe decir del poeta, y, por otra, es su condenación, atraviesa la frontera de haber citado lo que residía en el silencio, lo que era anterior al lenguaje, por eso, su palabra nace distinta: “porque todo decir / está mal dicho.”  Sabe ya de la inutilidad de la enunciación poética, el discurso poético es vanidad, es adorno. Por ello debe aproximarse al centro en el que todo fluctúa, en donde reside la nada y el vacío inexpresables: “el eterno ahora”, o ese hoy (instante) que es siempre todavía (permanencia), tan presente en la lírica española que trata de reflejar la esencia del tiempo. Contemplación y ataraxia ante el mundo (que no existe). Solo su texto infinito accionado por el lenguaje que lo ha desencadenado: “Nada sucede todavía.”

El poema ya nace debiéndole al silencio sus palabras. El lenguaje es límite, condena, de ahí que se deba inventar una nueva expresión sintáctica. Si el mundo es un texto infinito, yo le doy forma, el poeta desencadena todo mediante la violencia del logos, aspira a la destrucción del poema que ocurre al final de la palabra preñada. La escritura es revelatio , debemos descorrer el velo como san Juan: “Descubre tu presencia / y máteme tu vista y hermosura / mira que la dolencia / de amor que no se cura / sino con la presencia y la figura.”

La realidad no nos necesita en absoluto, la función demiúrgica del poeta es la de transportar el mensaje, anunciar el silencio; su poesía tantea los límites internos del mundo, del lenguaje. La relación que hay entre ambos, el silencio hecho texto, comprensión, el secreto nombrado.

Lombardo desacraliza el mundo, ya que según su visión cosmogónica de la creación, el mundo no se metabolizó en palabra, no se hizo carne, el objeto poético que niega las bases de la creación y de la que todo partió: no hay palabras del verbo, el principio fue todo movimiento, su silencio, el límite entre lo increado y el alfabeto; el alfabeto representa aquí el poder sustitutivo y consuetudinario que fue encargado al hombre, y que como tal, fue un error: los hombres no entienden el mundo toda vez que estamos encadenados a él mediante conceptos mal aprendidos o que no se corresponden en absoluto con la realidad de las cosas.

Los discursos de poder que fueron acaparados hace mucho por lo Sagrado, y paulatinamente fueron trasvasados al poder económico, solo crean un discurso sucedáneo que no sabe enunciar la realidad, ante ese discurso de poder, se resiste toda poesía: “Ya ves cómo las cosas / se burlan de los nombres / y los nombres se ríen de ti / como si fueras / un jeroglífico insoluble // El universo solo existe / sobre el papel:  / materia oscura.”

Porque Lombardo lo sabe: “Dar nombre / es pronunciar ausencia” […]; nombrar lo que no vive, porque solo es palabra, pronunciada rebelión, excusa última que da voz a su descubrimiento de que el mundo está parado, que solo lo acciona la palabra: “conocen los tipos de interés / de cada genocidio” […]

 La represión cuenta con la connivencia gubernamental de los estados absolutos revestidos de apariencia de sociedad del bienestar. La brutalidad como discurso aceptado por el pueblo, enmascarado bajo el rutilante aspecto de la celebración del deporte masivo, del consumo desmedido, violencia pacificada como caldo de cultivo para el pueblo sediento de venganza, olvidando el discurso primitivo de armonía con las cosas.

Como el mundo es violencia, el poeta se rebela mediante la inactividad, la inacción, la ataraxia, la contemplación del mundo como objeto inventado por una sociedad maldita que se acerca a pasos agigantados hacia su fin. El poema solo lo crean las palabras, la necesidad de nombrar, que es la única necesidad del poeta en cuanto que ser contemplativo, y en muchas ocasiones, su lenguaje confunde porque las palabras son representaciones, como un sol que no alumbra. Su poesía sufre la derrota de Babel continuamente, la confusión amodorrada de la modernidad en este mundo cuya cultura es solo taxidermia, una continua categorización que deja fuera cualquier análisis que no se ajuste al enfoque distorsionado de una realidad que vive entre la apariencia y la necesidad de representar todos sus logros.

Por eso su poesía se erige como crítica, ordena las voces del poeta, aquellas de las que hablara Eliot, la triple voz que surge de la persona, del que dialoga en el poema y la voz que se dirige en última instancia a un vosotros que recibe el poema como público. El poeta cuando escribe siempre es otro. “No sabe mi cabeza / lo que escribe mi mano”.

Porque al fin y al cabo todo lo mancha la palabra que es desperdicio, inmundicia “en las pocilgas asquerosas / de poetas y artistas comisarios”.

Descreído del mundo, cierra los ojos y no actúa, crítico con la cultura establecida que no acepta un discurso como el lombardino que desacraliza la epistemología poco crítica del fenómeno cultural en manos de chamarices de la letra, en vendedores de libros en los circos de pulgas que cada año sacan su morralla más adocenada y vulgar, rebelde no, sino rebelión pura hecha palabra, o convertido en poema que busca nuevos significados que apuntalen un mundo que no sabe nombrarse a sí mismo y que por ello, no existe.

No así su poesía, hermoso error insurrecto, voz indomable del espanto.



Joaquín Fabrellas

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