Transición
Joaquín Fabrellas
Soy de una generación, (la de 1975), que nos creímos a pies juntillas aquello que los tecnócratas dieron en llamar "transición democrática", como si no hubiese sido un mero traspaso de papeles, y cuyas consecuencias estamos ahora sufriendo en forma de corrupción estructural. La ceguera de nuestros representantes políticos, su falta de resolución, el egoísmo propio que acompaña a quienes ejercen el poder en algunas de sus formas y tiene todavía demasiadas deudas que pagar a quienes los han puesto allí, hacen de España un animal herido y sin rumbo que va dando bandazos en una Europa cada vez más decidida a convertirse en aquello que critica sin asomo de vergüenza o escrúpulo.
Soy de una generación que cree en los políticos porque sus padres pasaron demasiado tiempo sin poder creer en ellos. Una generación la mía que venía de un largo fascismo de silencio y opresión y que le puso rostro a una forma de entender el cambio político hasta que llegamos a una democracia cada vez más autoritaria, de menor representación o con una representación más manipulada, pero una generación que ahora tampoco acepta la discusión o la disensión y considera errado al que no piensa como ellos: la larga cicatriz del pensamiento único, una generación que cree en mesías, y los mesías o no existen o se equivocan como profetas falsos, o se les ve el cartón piedra de su representación de teatro malo.
Creo que ninguno de los líderes que concurren a estas elecciones forzadas, a esta "segunda vuelta" de monarquía parlamentaria en horas bajas hayan entendido el mensaje de la ciudadanía. Los que sobran son ellos. El peso de la repetición de los comicios se ha puesto en el "error" ciudadano y parece que las elecciones se pueden repetir hasta que salga el resultado querido por ellos. Considero que estos líderes han fracasado en su empeño, ¿no deberían retirarse y dar paso a otros? Está claro que no están preparados para una nueva transición, las personas están cada vez más informadas por canales no oficiales y saben ya del tejemaneje, antes solo interno, de las aguas fecales de la política y digamos, por ejemplo, de su dudosa financiación.
Y los líderes nuevos entienden el ejercicio de la política como una continua campaña de desprestigio al contrincante, eso sí, muy bien explicado, a veces en tono ingenuo y maniqueo para una población que mira estupefacta las ganas de concurrir en ese espacio público, acaparar cuantos más medios mejor: televisión, radio, internet, espacios públicos, programas de un tipo periodismo adyacente, que genera noticia, no interpreta ni informa, solo busca el debate y el enfrentamiento, como si de un programa rosa se tratase. Los nuevos líderes han confundido la política con la televisión y eso es peligroso porque no han sabido encauzar el caudal fructífero que pudiese tener una televisión libre y sin prejuicios.
Joaquín Fabrellas
Soy de una generación, (la de 1975), que nos creímos a pies juntillas aquello que los tecnócratas dieron en llamar "transición democrática", como si no hubiese sido un mero traspaso de papeles, y cuyas consecuencias estamos ahora sufriendo en forma de corrupción estructural. La ceguera de nuestros representantes políticos, su falta de resolución, el egoísmo propio que acompaña a quienes ejercen el poder en algunas de sus formas y tiene todavía demasiadas deudas que pagar a quienes los han puesto allí, hacen de España un animal herido y sin rumbo que va dando bandazos en una Europa cada vez más decidida a convertirse en aquello que critica sin asomo de vergüenza o escrúpulo.
Soy de una generación que cree en los políticos porque sus padres pasaron demasiado tiempo sin poder creer en ellos. Una generación la mía que venía de un largo fascismo de silencio y opresión y que le puso rostro a una forma de entender el cambio político hasta que llegamos a una democracia cada vez más autoritaria, de menor representación o con una representación más manipulada, pero una generación que ahora tampoco acepta la discusión o la disensión y considera errado al que no piensa como ellos: la larga cicatriz del pensamiento único, una generación que cree en mesías, y los mesías o no existen o se equivocan como profetas falsos, o se les ve el cartón piedra de su representación de teatro malo.
Creo que ninguno de los líderes que concurren a estas elecciones forzadas, a esta "segunda vuelta" de monarquía parlamentaria en horas bajas hayan entendido el mensaje de la ciudadanía. Los que sobran son ellos. El peso de la repetición de los comicios se ha puesto en el "error" ciudadano y parece que las elecciones se pueden repetir hasta que salga el resultado querido por ellos. Considero que estos líderes han fracasado en su empeño, ¿no deberían retirarse y dar paso a otros? Está claro que no están preparados para una nueva transición, las personas están cada vez más informadas por canales no oficiales y saben ya del tejemaneje, antes solo interno, de las aguas fecales de la política y digamos, por ejemplo, de su dudosa financiación.
Y los líderes nuevos entienden el ejercicio de la política como una continua campaña de desprestigio al contrincante, eso sí, muy bien explicado, a veces en tono ingenuo y maniqueo para una población que mira estupefacta las ganas de concurrir en ese espacio público, acaparar cuantos más medios mejor: televisión, radio, internet, espacios públicos, programas de un tipo periodismo adyacente, que genera noticia, no interpreta ni informa, solo busca el debate y el enfrentamiento, como si de un programa rosa se tratase. Los nuevos líderes han confundido la política con la televisión y eso es peligroso porque no han sabido encauzar el caudal fructífero que pudiese tener una televisión libre y sin prejuicios.
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