WALDO, LEYVA (2010):
EL RUMBO DE LOS DÍAS
MADRID,
VISOR.
X
PREMIO CASA DE AMÉRICA DE POESÍA AMERICANA

Waldo Leyva es un poeta y ensayista cubano de larga trayectoria; se
licenció en Periodismo en la Universidad de La Habana, y colabora en
diferentes revistas como Trabajadores. Entre sus obras
contamos con: De la ciudad y los héroes(1974); El polvo de
los caminos (1984); El rasguño en la piedra(1995); Breve
antología del tiempo (2006); Asonancia del tiempo (2009).
Y es El rumbo de los días, la última propuesta poética del
autor, con el que ha ganado el prestigioso premio Casa de América.
La poesía de Leyva en este trabajo se funda en una extraordinaria
heterogeneidad formal, se ofrecen canciones, diferentes sonetos,
sonetos en alejandrinos, metro libre, varios haikús y en la última
parte, textos poéticos en prosa.
Por otra parte, el tema que trata en esta obra es la preocupación
por el paso del tiempo, la posibilidad del recuerdo, el
almacenamiento y la capacidad de interpretarlo. La poesía como
discurso inmanente que ayuda a desvelar el secreto del tiempo.
En un mundo cada vez más tecnológico, el discurso poético no tiene
un fin práctico, la mayoría no se pregunta por el pasado,
sobreviven en una especie de presente perpetuo marcado por los ritmos
de consumo. Leyva nos dice que el individuo necesita dialogar consigo
mismo, encontrarse en un espacio marcado por la reflexión del
tiempo, todo aquello que nos ha construido, que nos ha ido dando
forma, y da lugar al sujeto moderno consciente.
El discurso poético es entonces un negativo de la experiencia
humana, persigue los rastros invisibles, lo velado; habla de la
figura paterna, del viejo que ya no recuerda nada, pero que sustenta
todo lo que es él en este momento y en lo que se convertirá más
adelante.
Leyva confiere un sesgo narrativo a sus poemas, un eco que recuerda a
la poesía española de los 50, una confesionalidad que le ayuda a
hacer una crítica de la realidad. En ese mismo análisis de lo real,
encontramos poemas que son una invitación para los sentidos, la
poesía como experiencia sensorial, el conjunto de sensaciones, el
olor, el color:
“Basta cerrar los ojos / para que vuelva el olor/ incinerándose/
mientras la leche pura/se derrama sobre antiguas cenizas”.
En esta primera parte del libro sigue predominando la figura paterna
y la figura del hijo, es decir, presente y pasado de un hombre, con
un discurso sentimental muy sostenido mediante un lenguaje bello,
armónico, pro-poético.
En la segunda parte: “A veces vienen ruidos” puede verse la
influencia de José Martí, por la idea clasicista del verso, por lo
marmóreo del ritmo; Martí como símbolo de la poesía cubana. El
poeta está en continua agonía por el recuerdo que es lo único que
queda de lo vivido, de lo que somos. La voz del poeta dialoga consigo
mismo en el vacío. Lo que resta son sólo ruidos, golpes de lo que
sucedió, ni siquiera el recuerdo. El hombre está en clara
desventaja en la sociedad actual: nos acostumbran a pensar por
nosotros, y, lo que es peor, nos acostumbran a recordar por nosotros,
de ahí la oralidad de la poesía de Leyva, la capacidad musical de
su poesía. Para ser cantada o para ser dicha, para ser, ¿por qué
no?, recordada.
En “Sinuhé” también expone la necesidad del hombre por recordar
las cosas mediante lo escrito, y de ahí, a escribir los mitos para
que no se olviden, de nuevo, como dice don Antonio, la poesía es
palabra en el tiempo. Nos ayuda recordar, a volver a pasar por el
corazón. Sobre todo, las historias que nos ayudan a pensar en lo que
está más allá, tras la muerte:
“Como nunca tuve/ memoria de la lluvia,/ inventé un Dios que
llora;/ así pude explicarme / la crecida del río.”
El mito y la poesía. La inmanencia del discurso poético. El
recuerdo, el paso del tiempo.
“Sin origen tocable” es otro de los poemas que plasma lo mágico
de la poesía, mediante la palabra se crea una realidad alterna,
resto de lo que fue en su día, apenas una esencia que nos ayuda a
restablecer mediante la literatura o lo poético, como Proust y su
magdalena, la mentira inventada de la poesía.
“¿Por qué viene ese verso si no existe el que canta?”
Todo esto con un estilo llano, sencillo, que todo el mundo entienda
lo que se canta; una emoción contenida, culta. Una clara estirpe
simbólica en su poesía, con la Naturaleza como claro referente.
Están los elementos y se funde todo con la Amada, en el Eterno
Femenino. El recuerdo de lo amado, la memoria del amor.
Y, la última parte del libro: “Los muertos beben solos” que nos
recuerda al becqueriano: “Dios mío, qué solos se quedan los
muertos”. Se habla de la costumbre santera de dar de beber a los
que se han ido, de ofrecer comida, puros, ron, en el pequeño altar
familiar; en definitiva, se trata de no olvidar, la muerte es el
olvido, desaparecemos cuando nadie nos recuerda. La obsesión de
Leyva cierra el libro. La palabra contra el olvido, la palabra como
elemento fundamental de cualquier poesía. Desde siempre. Para
siempre.
Joaquín Fabrellas
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