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La imagen inconfesable del deseo


El neoliberalismo, hijo pródigo del capitalismo, se hace con el poder de los mecanismos decisivos de actuación del hombre en sociedad: algo tan vilipendiado como es nuestro lenguaje, aquello que se maltrata desde los medios de comunicación, o eso que los jóvenes desprecian y mezclan con palabras y expresiones (mal usadas) sobre todo, del inglés, por influencia estadounidense; el lenguaje, ese magma que nos ayuda a desarrollar todo nuestro sentimiento, todo nuestro repertorio de emociones nacido en los sentidos y que viven en nuestro cuerpo dando forma al alma.

Pues bien, esa parte más íntima del hombre también ha sido tomada al asalto por los mecanismos de adquisición de esta dictadura de lo inmediato, el totalitarismo de lo rápido. En la actualidad, las democracias han conseguido mayor nivel de represión que con ciertas dictaduras: mayor nivel de control ciudadano, vigilancia, gestión de datos, manipulación de los medios de comunicación rozando la propaganda cuando se ejerce desde las comunicaciones que pertenecen a los gobiernos en el poder; no quiero caer en lo fácil, ni creo que hayamos llegado a lo predicho por Orwell en 1984 , pero es cierto que los mecanismos de cohesión en Occidente nos han hecho creer de más en una democracia que se desmonta poco a poco y que además no es fácil distinguir por el ciudadano de a pie: por mecanismos de cohesión me refiero a todos esos sistemas que dan carta de naturaleza y emulación, véase la publicidad, la publicidad es la presencia continua, automática que mitifica o desmitifica modos de actuación, sacrifica o convierte en sagrado, precisamente porque trabaja con el deseo, con la imagen del deseo, con todo aquello que no podemos alcanzar, porque el deseo es todo aquello que no podemos alcanzar y que se convierte en ideal, cuando manejas el deseo, manejas a la sociedad.

Aún más, cuando se trasladan estos mecanismos publicitarios a los medios de comunicación y se convierte el discurso informativo tradicional en un discurso publicitario, convertimos al público en una masa amorfa que piensa en masa, no como individuos. Sociedad acrítica y paradójica sobre todo en España, que procede de una larga dictadura y una transición más que confusa, pero que se ha incorporado al discurso de control de poder que se estaba ejerciendo en Europa.

Y es que la economía del consumo, que es la única política que se diferencia en la actualidad, está por encima de toda política, por encima de todos los gobiernos, ya que controla y opera con esos gobiernos que manejan las materias primas con las que el mundo se mueve, o con la extracción de esas materias primas para que en occidente se trafique con el deseo, despreciando además todo lo que sucede fuera de esa línea placentaria en la que residimos.

El lenguaje en la publicidad, y ese es un principio basado en la propaganda política, llega a su término, es una vía muerta toda vez que no admite derecho a réplica, no se puede dialogar con lo enseñado, igual que no se puede dialogar con lo que deseamos, se desea y ya, se ve y se pretende adquirir, aunque nos repela la imagen o el texto, ya está actuando un mecanismo de reacción que es lo requerido por el anunciante. El lenguaje publicitario pierde uno de los principios básicos del lenguaje, su comunicación, el diálogo, no es lenguaje , o es un lenguaje perverso, que trata de conseguir algo muy preciso: la movilización individual que se cumple en lo colectivo, la emulación y difusión del producto, como ejemplo, puede verse en la compra de ciertos coches con mayor prestigio social que otros, o la puesta de ciertas prendas deportivas o elegantes que son más prestigiosas que otras, aun cumpliendo la función humana de tapar la desnudez.

Y es que el lenguaje se transforma en falacia, pero es una falacia entendida en su grado de mentira y aceptada por la sociedad, es decir, la sociedad acepta una mentira estructurada y por supuesto lo incorpora a su ideario colectivo en última instancia, la mentira como base social, a partir de ahí la masa poblacional puede creer cualquier cosa: que un pueblo o civilización diferente al nuestro trata de atacarnos, que defendernos con nuestras potentes armas es legítimo, o que el enemigo vive en otros países que no piensan como nosotros, porque el cine bélico, tan consensuado como modo de entretenimiento colectivo en nuestros hogares, nos muestra una y otra vez a hormonados héroes que luchan por nuestras libertades en países donde siempre residen los otros. Y es que el cine es el otro gran mecanismo de cohesión, de creación de comportamiento uniformes basados en la exclusión social mediante lo económico, sin llegar ni siquiera a cuestionarnos por ello. La contradicción de Occidente que defiende unos valores ideales que continuamente desvirtúa y manipula

En definitiva, una sociedad perdida en su propio espejo, en un pasmo de Narciso que se enamora continuamente de sí mismo, en el reflejo dudoso del río que nunca cesa.


J. Fabrellas

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