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El mal de Salieri.
Joaquín Fabrellas


Desconozco,(creo además que no), si existe un síndrome, o un complejo psicológico llamado así: el mal de Salieri, si no existe, este sería un buen momento para iniciarlo, para darle carta de naturaleza y describirlo. Al igual que el mal de Stendhal, ese mal que alguna vez sentí en la Plaza Vázquez de Molina por la suave conjugación de buen tiempo y goce estético, por el sutil laberinto que Vandelvira plasma en El Salvador, y su inagotable juego de resonancias, ecos y metáforas de piedra.

Ignoro también si existe el mal de Bartleby, aquel oscuro funcionario rebelde que se negaba a hacerlo. A veces, deberíamos seguir sus pasos, sobre todo, cuando tenemos que negar nuestras convicciones.
La literatura y los mitos clásicos siempre nos han ayudado a describir ciertas carencias sentimentales, aficiones o afectaciones que son difíciles de describir en sí mismas, de ahí lo socorrido de estas figuras: el complejo de Edipo, el mal de Yocasta, el de Sísifo, el de Tántalo. Todos algo dispares entre sí, pero, al fin y al cabo, traducen partes de la psique humana.

A mí, sobre todo, me atraen los que proceden del mundo del arte porque permiten al escribiente elucubrar sobre su origen y sus posibles aplicaciones al fresco humano. Viendo la genial película de Milos Forman, Amadeus, me di cuenta del sufrimiento de Salieri mientras contemplaba cómo su universo se caía ante la figura inerme de un genial Mozart.

El mal de Salieri es el síndrome del eterno segundón, no se debe confundir con el cainismo, cuyo fondo es la envidia hacia el otro, hacia el hermano, una envidia atávica y sin fundamento pero con consecuencias  desastrosas. Salieri o la narración del parvenu, de aquel que ha trabajado mucho para llegar donde está pero al que le falta el talento o el poder económico para adquirir ese lugar de relevancia que a otros, más pudientes o con más talento, han alcanzado de forma natural.

El mal de Salieri habla del miedo a dar la vuelta y mirar el camino recorrido hasta esa cumbre en la que lo han depositado sus servilismos y humillaciones, sus genuflexiones expeditas; el mal de Salieri le tiene miedo a su inseguro talento y se construye para sí mismo un mundo donde su arte es perfecto y el de los demás, no. Quien no encaje en esa estrecha visión del arte y del mundo, será expulsado.

El cubismo, según los franceses o los españoles, fue creado por Bracque o por Picasso, ¿pero quién fue el Salieri en esa pareja? Solíamos pensar que lo era Bracque, pero recientemente, parece ser que Picasso se sentía en un segundo plano debido a su origen español y a la falta de apoyo de ciertos sectores de la intelectualidad francesa de la época. Picasso, que cuando menos, era un trabajador nato. De ahí su innumerable obra, que llegó a afirmar de un cuadro de Bracque que "estaba muy bien colgado".

Algo parecido pasaría con Luis de Góngora y Francisco de Quevedo, pero, ¿quién se atreve a tildar a uno o a otro de Salieri? Ahora que los críticos de arte los han colocado tan bien en esas estanterias de polvo de la historia de la literatura. Cuando menos se miraban con recelo, pero así lo hacían todos, Quevedo, más joven que el cordobés, miraba el enorme talento de Góngora y lo criticaba porque no cabía en su mundo acotado de políticas, veleidades y heredades. Quevedo apostó alto, y le costó mucho: el olvido y la relevancia en la vida política, mietras Góngora intentaba solucionar sus problemas económicos y hacerse con cargos eclesiásticos para cobrar unas pensiones con las que mantener su afición a los naipes.

Al mismo tiempo, Cervantes observaba a Lope, le envidiaba su éxito enorme para hacer comedias, él, que tan mediocre fue en su dramaturgia y en su poesía. El mal de Salieri habla de los egos inflados de los genios creativos. Aunque no sé si en el caso de Cervantes se puede hablar de salierismo, precisamente porque ya se ha convertido en una figura globalizada de genio creativo.

Normalmente, el que padece el mal de Salieri, envidia a alguien que no está preocupado por esas cuitas, inflamando aún más esas ansias de venganza y destrucción del que sufre el mal. Se trata de un genio despreocupado, reside en el mundo de las ideas, alejado de cuestiones pequeñas y sin importancia que no tegan que ver con su obra. Ni siquiera considera a ese personaje que sufre y que lo odia mientras lo admira.
Y es ese desprecio cósmico, intemporal, que se puede confundir con frialdad, el fuel que lo hace encender hasta acabar en algo desastroso: la muerte, real, o figurada, la destrucción de la obra mediante el rumor infundado, mediante el manejo de los hilos, que es lo que mejor hace el que sufre ese síndrome, que es lo que siempre ha hecho, mientras contempla cómo se aleja el objeto de sus iras y envidias.

Y, a pesar de que todo esto ocurra, la obra del genio seguirá siendo inmortal mientras Salieri pasará a la historia por su envidia, por su alargada sombra, empequeñeciendo aún más su mediocridad salvaje y feroz.

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