La fuerza de la tinta
Llega un momento en el que mejor no
preocuparse del año en el que estamos. Mejor no mirar los escombros de
alrededor, la miseria rica de la alegría; el exceso de la gamba y el azúcar
compulsivo. Y la alegría era eso: cebarse hasta el día cinco.
Olvidar esta fiesta triste;
asesinar los números del almanaque, otro verano más, otro otoño, de nuevo una
Navidad ingenua.
Oda a la nicotina. Elegía a la
peste.
Otra vez los amigos se marchan,
pero nunca estamos solos, el trajín de la rutina. Menos mal que nos queda la
rutina, el hastío amigable de la sobremesa y la lectura, la contemplación del
mar. El río manchado de papel y no de tinta, los desiertos cercanos de la luz y
del pájaro.
Podremos este año entender a los
pájaros. Olvidar el bochorno televisivo. Olvidar la tensión del exceso y de los
amigos mal comprendidos.
Recordaré la sustancia, la sangre,
temblorosos llegaremos a ese círculo nunca cerrado de la mediocridad navideña.
Felicidades. Este no es ningún exilio.
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