Navidad
Ya empiezan, ya vienen, se ven por televisión, el fluido, el aroma, la realidad incontestable que nunca conseguiremos, el deseo caducado vendido tan alto como esos cuerpos emaciados, amantes de papel y la celulosa, cuerpos mórbidos que bailan sin alegría para consumidores desprevenidos que confunden la vida con un gran centro comercial, que existen porque compran, que compran sin motivo, persiguiendo una dicha que se les aleja cada vez que adquieren algo, porque olvidan el motivo por el que lo adquirieron e inventan otra razón para comprar lo siguiente, como náufragos extasiados en la orilla del capitalismo a la que están enlazados sin motivo, porque para ellos esa es la vida: una concatenación de instantes sin nexo, luces, dinero, móviles que eran ya viejos nada más comprarlos, plasmas manchados de la sangre pequeña de las manos de los niños que mueren por conseguir el preciado coltán con el que están hechos; todo es tan viejo como el presente que envejece hasta que no lo posees y solo poseemos lo que compramos, el olor a nuevo que hiede a presente y a futuro incierto, a muerte desconocida, a foto borrosa.
Todo es del tamaño de mi deseo porque el mundo estaba hecho a mi imagen y semejanza, sin preguntarnos adónde podemos ir, con una sonrisa a medias del que no sabe lo que posee o lo que pierde porque en verdad nunca poseemos nada.
La ropa que hacen los modernos esclavos para nuestras democracias libres y modernas que pierden la voz y las balas llevando bombas democráticas a conflictos creados por nosotros en países que poseen lo que nosotros nunca tendremos y que mueve el mundo. Esclavos que viven en edificios hechos a la medida de nuestro deseo, de nuestro cuerpo, ropa rápida que nosotros pagamos haciendo ricos a los más ricos, es decir, pobres a los más pobres, pero están lejos del encuadre, mala suerte, que no hubieses sido pobres, que no hubiesen nacido en esos países tan raros, tan difíciles de pronunciar, pero que nuestros jóvenes nunca se planteen estos conflictos, que sean solo buenos consumidores, proles aciagos, que se crean libres en el gran teatro del mundo y felices de ser ciudadanos modernos que votan a partidos modernos, jóvenes y dinámicos, que parecen que piensan, pero todo es voluntad de poder, todo es poder desmedido, consumo y asco, deseo y asco, dinero y asco, porque ser joven antes era reconocer que eras un idiota y ahora ser joven es estar encima de la pirámide depredadora de los consumidores del odio, solos en su reflejo, solos en su ignorancia y en el miedo completo de saberse solos en un mundo que no los traga, con más derechos que deberes, con más libertades que obligaciones mientras sus padres miran a los lados porque interrumpen su felicidad a trasmano.
Ahí vienen, se les nota a los anuncios que llega la Navidad, celebrando su victoria sin palabras, su brillo sin espejo, es el glamur embotellado que te aleja de la imagen de lo que ofrece, es la nada en lo que se ha convertido esta sociedad que celebra ya no sabe el qué.
Ahora olvida lo que has leído.
Joaquín Fabrellas
Ya empiezan, ya vienen, se ven por televisión, el fluido, el aroma, la realidad incontestable que nunca conseguiremos, el deseo caducado vendido tan alto como esos cuerpos emaciados, amantes de papel y la celulosa, cuerpos mórbidos que bailan sin alegría para consumidores desprevenidos que confunden la vida con un gran centro comercial, que existen porque compran, que compran sin motivo, persiguiendo una dicha que se les aleja cada vez que adquieren algo, porque olvidan el motivo por el que lo adquirieron e inventan otra razón para comprar lo siguiente, como náufragos extasiados en la orilla del capitalismo a la que están enlazados sin motivo, porque para ellos esa es la vida: una concatenación de instantes sin nexo, luces, dinero, móviles que eran ya viejos nada más comprarlos, plasmas manchados de la sangre pequeña de las manos de los niños que mueren por conseguir el preciado coltán con el que están hechos; todo es tan viejo como el presente que envejece hasta que no lo posees y solo poseemos lo que compramos, el olor a nuevo que hiede a presente y a futuro incierto, a muerte desconocida, a foto borrosa.
Todo es del tamaño de mi deseo porque el mundo estaba hecho a mi imagen y semejanza, sin preguntarnos adónde podemos ir, con una sonrisa a medias del que no sabe lo que posee o lo que pierde porque en verdad nunca poseemos nada.
La ropa que hacen los modernos esclavos para nuestras democracias libres y modernas que pierden la voz y las balas llevando bombas democráticas a conflictos creados por nosotros en países que poseen lo que nosotros nunca tendremos y que mueve el mundo. Esclavos que viven en edificios hechos a la medida de nuestro deseo, de nuestro cuerpo, ropa rápida que nosotros pagamos haciendo ricos a los más ricos, es decir, pobres a los más pobres, pero están lejos del encuadre, mala suerte, que no hubieses sido pobres, que no hubiesen nacido en esos países tan raros, tan difíciles de pronunciar, pero que nuestros jóvenes nunca se planteen estos conflictos, que sean solo buenos consumidores, proles aciagos, que se crean libres en el gran teatro del mundo y felices de ser ciudadanos modernos que votan a partidos modernos, jóvenes y dinámicos, que parecen que piensan, pero todo es voluntad de poder, todo es poder desmedido, consumo y asco, deseo y asco, dinero y asco, porque ser joven antes era reconocer que eras un idiota y ahora ser joven es estar encima de la pirámide depredadora de los consumidores del odio, solos en su reflejo, solos en su ignorancia y en el miedo completo de saberse solos en un mundo que no los traga, con más derechos que deberes, con más libertades que obligaciones mientras sus padres miran a los lados porque interrumpen su felicidad a trasmano.
Ahí vienen, se les nota a los anuncios que llega la Navidad, celebrando su victoria sin palabras, su brillo sin espejo, es el glamur embotellado que te aleja de la imagen de lo que ofrece, es la nada en lo que se ha convertido esta sociedad que celebra ya no sabe el qué.
Ahora olvida lo que has leído.
Joaquín Fabrellas
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