PRÓLOGO-ESPEJO

Si uno se detiene a pensarlo, hay
algo profundamente perturbador en el gesto cotidiano de mirarse en un espejo. Al
escalofrío inicial puede sucederle una experiencia cercana al terror metafísico
pues nada hay de inocente en el hecho de reduplicar nuestra imagen en el mundo.
Ya Borges, en su célebre cuento «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», hace que su amigo
Bioy Casares, refiriéndose a un artículo sobre Uqbar encontrado en The Anglo-American Cyclopaedia, cite las
palabras de uno de sus heresiarcas en un sentido claramente ominoso: «los
espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los
hombres». En efecto, qué otra cosa, sino espanto, podemos sentir al
enfrentarnos con nuestra imagen, al ser testigos del nacimiento de nuestro
propio doble, nuestro doppelgänger
(otra figura de amplias resonancias en la literatura). El reflejo nos devuelve
la verdad de lo que somos, porque los espejos nunca mienten, y es entonces, mientras
contemplamos desde fuera las sombras y los accidentes que nos conforman, cuando
vienen el desconcierto y la inútil resistencia a aceptar que esa representación
que nos repite somos nosotros. Y es que a todos nos duele descubrir que no
estamos a la altura de la idea que tenemos de nosotros mismos. Pero, justamente,
de esa colisión entre lo que creíamos ser y lo que, después de todo, somos,
nace una grieta en nuestra vanidad por la que podemos deslizarnos para así
continuar explorando los límites exactos de nuestro ser. Por todo esto, quizá,
en el fondo mirarse en un espejo sea una actividad análoga a la escritura (y a
la lectura) de un poema: una oportunidad de enfrentarnos con nosotros mismos,
de reconocernos y de, una vez superada la angustia primera, aprehender nuestra
verdad, aunque sea esta una verdad en minúsculas, una certeza íntima que nada
salva, pero sí esclarece.
Este
símbolo tan poderoso del espejo tiene una presencia significativa a lo largo de
este último libro de poemas de Joaquín Fabrellas, República del aire. De hecho, en su primera parte, «Speculum
vitae», los tres poemas que integran el «Tríptico de la mirada» desarrollan,
precisamente, el tema del sujeto que se enfrenta a su imagen especular. Al
contrario de lo que sucede en el mito de Narciso, quien está condenado a sentir
una fascinación letal por su propio reflejo, Fabrellas hace sentir a quien mira
un hondo extrañamiento ante sí mismo, lo que provoca el golpe más terrible: la
asunción de la propia intrascendencia. El hombre que así se contempla, y que en
un primer momento no quiere o no puede reconocerse, está abocado a la
desesperación y a descubrir que no es más que la sustancia de la que se
alimentará el olvido. De esta manera, el hombre cae en el tiempo y, al hacerlo,
se le revela la dolorosa condición de su insignificancia. No obstante, como el
propio autor apunta en «Salmo del caído», uno de los poemas más intensos del
libro, este descubrimiento merece ser celebrado, pues sólo una vez que el
hombre ha sido desalojado de su pedestal y es capaz de asumir su vacío puede
entonces distinguir las trampas que la realidad le impone («ven, comprueba
conmigo que adonde has llegado es solo una jaula más amable y sin muros a la
que llaman mundo»). Pues es también República
del aire un espejo en el que se refleja este mundo para denunciar así su
banalidad: las maquinaciones de un sistema que nos convierte en simples
consumidores y que nos promete una felicidad definitivamente espuria.
Joaquín
Fabrellas nos ofrece con esta República
del aire el que tal vez sea su
libro más heteróclito y, por ello, más libre; un espejo poblado por diversas
voces, por distintos registros y formas, aunque también hallemos en él ciertos
rasgos recurrentes en su obra anterior, como el gusto por la paradoja, una
actitud más reflexiva que sentimental o la importancia del paisaje, pues en la
contemplación de su belleza puede el ser humano, quizá, encontrar una última
guarida. Pero, sobre todo, con este libro Joaquín Fabrellas nos invita a
mirarnos en el espejo, a sostener la mirada frente a nosotros mismos para que
podamos descubrir quién tiembla debajo de la máscara. Lo que cada uno haga con
este descubrimiento ya es cosa suya.
Sergio R. Franco
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