En la muerte de Gabriel García Márquez y el Quijote y Cervantes y Poniatowka y tantos otros que son pero no son, siendo...
Joaquín Fabrellas Jiménez

No es este un texto panegírico sobre la figura de García Márquez. De sobra se ha escrito sobre el autor colombiano. Yo he leído poco de García Márquez. Cien años de soledad, Los cuentos de Cándida Eréndira, Crónica de una muerte anunciada, Ojos de perro azul y Relato de un naufragio.
No es este un texto que desarrolle una hagiografía del de Aracataca o sus relaciones con el poder, de lo que tanto se ha hablado estos días desde los medios de comunicación, del famoso puñetazo a Vargas Llosa, por motivos no demasiado claros. No pretendo hablar de él o de su obra porque ya se conoce bastante, prefiero hablar de obras y autores menos conocidos.
En la propia generación, o movimiento literario que le hicieron a su medida, así como a la medida de otros autores como Cortázar o Vargas Llosa, el famoso boom hispanoamericano, que vino a decirnos a unos bisoños lectores españoles, allá por los 60 que había unos jóvenes escritores que estaban llamados a revolucionar la literatura hispanoamericana para siempre y de paso, también, la industria editorial, que se llenó los bolsillos de forma establecida por unas directrices europeas con un marcado acento mercantilista y de consumo como muy bien cuenta Gabriel Ferrater en sus memorias y las diferentes reuniones que mantenían los distintos grupos editoriales europeos mientras se repartían el pastel editorial. Por eso, de la calidad y la obra de García Márquez no voy a hablar.
¿Es que acaso no había autores anteriores al boom? Dónde quedan Borges, Carpentier, Miguel Ángel Asturias o mi bien amado Juan Carlos Onetti, y aquel Roberto Arlt que nadie parece conocer. O Juan Rulfo, al que nadie parece poder ubicar en ningún lugar. La literatura cuando se hace economía no es ni literatura ni economía. Y Salvador Elizondo o Marco Denevi o Carlos Monsivais, que sé yo... y cuántos otros.
Tampoco hablaré de Cervantes, ni del día del libro, ni de la coincidencia de la muerte de García Márquez y del Premio Cervantes y de la ganadora Poniatowska. Cuando se supo quién había ganado el premio Cervantes, le preguntaron a una nueva escritora española de éxito, comercial, me refiero, si había leído algún libro suyo, y dijo, que no, casi ufana. Claro que era una autora de los nuevos bodrios pseudo históricos, pseudo mágicos indigeribles para el buen lector.
Y a eso me refiero, a que ya la literatura parece importar poco, todo es una literatura de efemérides o una literatura de aeropuertos, una literatura que te ayude a dormir, pero que no te haga pensar. Por distintos motivos me acerqué a mi librería de cabecera y mi librero de cabecera, José Luis, me dijo que el día del libro se habían acabado todos los ejemplares de Cien años de soledad, de Leonora, de La piel del cielo, pero seguían quedando ejemplares de ese bello libro que escribiera Cervantes y que todo el mundo lee el día 23 de abril como bellos papagayos que no saben del poder subversivo del hidalgo y de su triste final.
Porque García Márquez paga tributo en sus páginas a Cervantes y no al revés, porque como decía Claudel con respecto a la Ilíada: No son las palabras las que han hecho la Ilíada, sino la Ilíada a las palabras, algo parecido podríamos decir de Cervantes, no así de García Márquez, al que le acompañó toda su vida un fulgurante éxito literario. Cervantes murió casi en la pobreza. ¿Qué diría el madrileño sobre los fastos y las ascuas arrimándose a los costados de los políticos que leen su obra en voz alta el señalado día?
Tan solo hay que recorda que el hidalgo muere cuerdo y en su cama vencido por tanta mediocridad e incomprensión, con él muere el idealismo y se da paso a este mundo devastado(r).
Imagen de don Quijote preso de Doré.
Joaquín Fabrellas Jiménez
No es este un texto panegírico sobre la figura de García Márquez. De sobra se ha escrito sobre el autor colombiano. Yo he leído poco de García Márquez. Cien años de soledad, Los cuentos de Cándida Eréndira, Crónica de una muerte anunciada, Ojos de perro azul y Relato de un naufragio.
No es este un texto que desarrolle una hagiografía del de Aracataca o sus relaciones con el poder, de lo que tanto se ha hablado estos días desde los medios de comunicación, del famoso puñetazo a Vargas Llosa, por motivos no demasiado claros. No pretendo hablar de él o de su obra porque ya se conoce bastante, prefiero hablar de obras y autores menos conocidos.
En la propia generación, o movimiento literario que le hicieron a su medida, así como a la medida de otros autores como Cortázar o Vargas Llosa, el famoso boom hispanoamericano, que vino a decirnos a unos bisoños lectores españoles, allá por los 60 que había unos jóvenes escritores que estaban llamados a revolucionar la literatura hispanoamericana para siempre y de paso, también, la industria editorial, que se llenó los bolsillos de forma establecida por unas directrices europeas con un marcado acento mercantilista y de consumo como muy bien cuenta Gabriel Ferrater en sus memorias y las diferentes reuniones que mantenían los distintos grupos editoriales europeos mientras se repartían el pastel editorial. Por eso, de la calidad y la obra de García Márquez no voy a hablar.
¿Es que acaso no había autores anteriores al boom? Dónde quedan Borges, Carpentier, Miguel Ángel Asturias o mi bien amado Juan Carlos Onetti, y aquel Roberto Arlt que nadie parece conocer. O Juan Rulfo, al que nadie parece poder ubicar en ningún lugar. La literatura cuando se hace economía no es ni literatura ni economía. Y Salvador Elizondo o Marco Denevi o Carlos Monsivais, que sé yo... y cuántos otros.
Tampoco hablaré de Cervantes, ni del día del libro, ni de la coincidencia de la muerte de García Márquez y del Premio Cervantes y de la ganadora Poniatowska. Cuando se supo quién había ganado el premio Cervantes, le preguntaron a una nueva escritora española de éxito, comercial, me refiero, si había leído algún libro suyo, y dijo, que no, casi ufana. Claro que era una autora de los nuevos bodrios pseudo históricos, pseudo mágicos indigeribles para el buen lector.
Y a eso me refiero, a que ya la literatura parece importar poco, todo es una literatura de efemérides o una literatura de aeropuertos, una literatura que te ayude a dormir, pero que no te haga pensar. Por distintos motivos me acerqué a mi librería de cabecera y mi librero de cabecera, José Luis, me dijo que el día del libro se habían acabado todos los ejemplares de Cien años de soledad, de Leonora, de La piel del cielo, pero seguían quedando ejemplares de ese bello libro que escribiera Cervantes y que todo el mundo lee el día 23 de abril como bellos papagayos que no saben del poder subversivo del hidalgo y de su triste final.
Porque García Márquez paga tributo en sus páginas a Cervantes y no al revés, porque como decía Claudel con respecto a la Ilíada: No son las palabras las que han hecho la Ilíada, sino la Ilíada a las palabras, algo parecido podríamos decir de Cervantes, no así de García Márquez, al que le acompañó toda su vida un fulgurante éxito literario. Cervantes murió casi en la pobreza. ¿Qué diría el madrileño sobre los fastos y las ascuas arrimándose a los costados de los políticos que leen su obra en voz alta el señalado día?
Tan solo hay que recorda que el hidalgo muere cuerdo y en su cama vencido por tanta mediocridad e incomprensión, con él muere el idealismo y se da paso a este mundo devastado(r).
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