La estación rota, compuesta por
Joaquín Fabrellas.
Y el almendro se viste ya de estío,
Apenas
le sirvió el color de excusa
Al
invierno lejano cuando el árbol
Solo es
su oscura brevedad de sombra.
En la fresca cadencia vegetal
Que se
oculta así bajo el palio verde
De las muy
temblorosas hojas ante
Un sol
airado que cubrió marchito
Desde
el cálido corazón ausente
Que
desde el alma humilde presto escapa.
Y el
trigo rubio que expande el verano
O el
viento que abandona así los campos
En
tolvanera y olvido ya mezclados
La
memoria de la piedra y la tierra
Ufanas, devolviéndonos la incógnita
Al
breve tiempo que nos cumple siempre,
El
breve tiempo del hombre que nunca
Es el
tiempo de la tierra o las cosas.
Pero
solo el pino es fiel a su forma
Y
anuncia alegre su olor y su sombra
Inmutables,
solo de luz, los días,
Inventando
su destino parado
En la
violencia sutil del verano
Que
olvida el año distante del frío.
Y viene
aquí esta estación insolente
A
decir todo aquello que se fue,
Aquello
que no quedará ya más
Entre
nosotros, que somos el triste
Reflejo
de lo que fuimos y solo
Materia
de la carne y alma que pasa
Apenas
entre lo escrito y lo dicho,
Desesperados
por la inexistencia
Acüosa
que nos desplaza fuera
Del
tiempo del mundo que es raudo tiempo
Inescrito
de los dioses difuntos.
Y la
historia sin dicha que nos dijo
La
verdad sin símbolos, sin palabras.
Cálido
viento que a aventar ayuda,
Haciendo
inútil el invierno ahora
Que el
lagarto adorna las blancas tapias
Como el
olvido o palabra no dicha,
Eterna
luz de un verano insumiso,
Buscando
en el mar su ausencia inconclusa
De
tiempo y distancia ya reclamada
Por
dioses inexistentes en vanas
Palabras
como presentes insólitos
De un
don celestial que viene de arriba
A
relegarnos, a escondernos nuestra
Materia
dudosa ya fabricada
En los
límites inciertos del tiempo
Y la
historia que inventan los espejos
Para
reflejar una realidad
Deforme
y ajena a la vil semejanza
De ese Dios invisible y sin imagen
Que da
nuestra imagen en un espejo
Inventado
para olvido de todos.
Crece el óxido del tiempo al verano,
Con
mano severa que desviste árboles
Y al insecto acompaña a la rüina
Luminosa
entre las oscuras hojas
Que ya
no existen en ninguna noche,
Como tu
nombre que zarpa al olvido,
Como
ahora este verano altivo
Adelantando
ya la muerte al frío
Del infausto invierno y del tiempo helado
En versos
sueltos de once, para heridas
Palabras,
sílabas del abandono
No
escuchadas ante el candor y bruma
De un
estío indeciso entre tan alta
TINIEBLA.
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