Lázaro Santana es uno de esos ejemplos artísticos que escoge el camino difícil frente a la facilidad de índole comercial. Perteneciente, si es que esa pertenencia ayudase a entender mejor el fenómeno poético, a la generación del 68, lo digo como convención crítica, no con convencimiento personal, ya que la generación del 68 fue una especie de cajón de sastre donde tuvieron cabida los más variados autores y las más variadas técnicas poéticas y estéticas.
Bien, Lázaro Santana es un autor al margen de todo este fenómeno teórico-crítico, quizá porque conoce bien el mundo de la teoría y de la divulgación cultural. Como ensayista ha estudiado la obra de Pedro González o Manolo Millares, entre otros. También destacan sus estudios sobre poesía canaria contemporánea. Ha ejercido también como traductor de autores como Robert Browning, Cavafis o Langston Hughes.
Como poeta publicó su primer libro en el año 1966: El hilo no tiene fin; seguidos de Recordatorio USA, que aprecería en 1971, Apócrifos de Catulo en 1979 o La aves en 1979.
En la Editorial Hiperión cuenta con la antología Que gira entre las islas,que recoge su producción poética en los primeros años de la década de los 80.
Su poesía tiene poco que ver con las corrientes teórico literarias de su generación, no es una poesía de tipo confesional, ni tampoco de índole culturalista. No sigue el narrativismo tan usado a finales de los sesenta y principios de los setenta. Procede su poesía de la matriz abierta por Alejandro Carriedo, que continuó también con Eladio Cabañero y que encontraría ejemplos magníficos en la poesía de Claudio Rodríguez o Diego Jesús Jiménez.
Lázaro Santana recorre el camino inverso al que estaban tomando los poetas en aras de un estilo que se acercaba a lo urbano, a lo cosmopolita, a lo culturalista. No, Santana se siente bien en los límites de la palabra y del lenguaje: ese es su mundo, su interior y su horizonte estético y poético. Su poesía está llena de matices, de gradaciones, de tonalidades que juegan con la palabra para dar la nota justa. Su poesía no es excesiva ni verborreica, es una poesía que tiende más al silencio, a lo conciso: una poesía interior.
Habla de los límites, de la incidencia de la luz en los límites de lo cotidiano y de lo real. Los límites son una metáfora de su propio existir isleño. La isla es como la página, se construye y se reconstruye cada día. La labor del poeta es desvelar toda esa belleza que no se ve a simple vista, la labor de vidente, de chamán que enuncia el sortilegio prohibido y que acompaña la existencia de los dioses.
Santana frente a la corte se asienta en un discurso estructurado desde lo sencillo, incluso en la sintaxis poética. Alude a los elemento naturales, al agua, el mar como una obsesión y principio de todo lo vivo, la roca como lo que resiste a la vida, el asidero; la palabra creadora dentro de los márgenes poéticos, y la página que es la protagonista de toda poesía frente al tiempo que discurre inmóvil entre toda la existencia de las cosas de este mundo.
Bien, Lázaro Santana es un autor al margen de todo este fenómeno teórico-crítico, quizá porque conoce bien el mundo de la teoría y de la divulgación cultural. Como ensayista ha estudiado la obra de Pedro González o Manolo Millares, entre otros. También destacan sus estudios sobre poesía canaria contemporánea. Ha ejercido también como traductor de autores como Robert Browning, Cavafis o Langston Hughes.
Como poeta publicó su primer libro en el año 1966: El hilo no tiene fin; seguidos de Recordatorio USA, que aprecería en 1971, Apócrifos de Catulo en 1979 o La aves en 1979.
En la Editorial Hiperión cuenta con la antología Que gira entre las islas,que recoge su producción poética en los primeros años de la década de los 80.
Su poesía tiene poco que ver con las corrientes teórico literarias de su generación, no es una poesía de tipo confesional, ni tampoco de índole culturalista. No sigue el narrativismo tan usado a finales de los sesenta y principios de los setenta. Procede su poesía de la matriz abierta por Alejandro Carriedo, que continuó también con Eladio Cabañero y que encontraría ejemplos magníficos en la poesía de Claudio Rodríguez o Diego Jesús Jiménez.
Lázaro Santana recorre el camino inverso al que estaban tomando los poetas en aras de un estilo que se acercaba a lo urbano, a lo cosmopolita, a lo culturalista. No, Santana se siente bien en los límites de la palabra y del lenguaje: ese es su mundo, su interior y su horizonte estético y poético. Su poesía está llena de matices, de gradaciones, de tonalidades que juegan con la palabra para dar la nota justa. Su poesía no es excesiva ni verborreica, es una poesía que tiende más al silencio, a lo conciso: una poesía interior.
Habla de los límites, de la incidencia de la luz en los límites de lo cotidiano y de lo real. Los límites son una metáfora de su propio existir isleño. La isla es como la página, se construye y se reconstruye cada día. La labor del poeta es desvelar toda esa belleza que no se ve a simple vista, la labor de vidente, de chamán que enuncia el sortilegio prohibido y que acompaña la existencia de los dioses.
Santana frente a la corte se asienta en un discurso estructurado desde lo sencillo, incluso en la sintaxis poética. Alude a los elemento naturales, al agua, el mar como una obsesión y principio de todo lo vivo, la roca como lo que resiste a la vida, el asidero; la palabra creadora dentro de los márgenes poéticos, y la página que es la protagonista de toda poesía frente al tiempo que discurre inmóvil entre toda la existencia de las cosas de este mundo.
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