Soneto que dirige la hermosa Carmen de Montilla a su anónimo enamorado, en cuitas de amor quejándose del despecho sufrido. Año 1616. Pues es mi cuerpo ahora carne inerte, solo sombra, la piel acariciada de tu mano que prende por la nada su rastro; la mirada busca verte de nuevo, donde el lecho no confunde la noche herida, fue lejano el vuelo del ave que guardar solía, cielo que aúna su recuerdo mientras se hunde en la noche mi cuerpo con su herida, rescata el dulce llanto, su alta dicha no predice el destino, usurpa vida cruel, lágrima cogiste a mi lamento, vano fue mi dolor, el daño duro, pues todo acaba en un sutil tormento.
La realidad era solo el espejo