Cazando pájaros
Se veía a lo lejos, a unos cien metros más o menos; su vuelo era majestuoso. A la derecha, el árbol donde tenía el nido. El hombre miraba al pájaro y el visitante le pregunta:
-¿ Sabe usted qué pájaro es ése?
-No lo sé, pero está siempre en el álamo.
El álamo medía unos cuarenta metros y tenía una sombra enorme y generosa. Al visitante le gustaba su sombra y fumarse un cigarrillo bajo el árbol. Las hojas eran mecidas por el viento y parecen formar parte de un cielo desgajado o escindido. Hojas parecidas a las del olivo, sólo a lo lejos, por el plateado, por el gris.
El visitante entra en el cortijo, se tumba en el bardal, en la sombra pura. El halcón vuela con algo en el pico. El cielo parece caerse por el sol a plomo, se funde con la tierra mientras abajo se crea un espejismo que asciende, único. Todo es difuso a esta hora del día, la hierba tiembla, la tierra se difumina y borra. No es el verano aún, pero queda poco y se adivina la canícula rigurosa de la próxima estación, el termómetro que pasará de los cincuenta en la sombra seca. El hombre descansa bajo los frutos incipientes de la parra, el fruto que dará un vino químico y espirituoso, como se hacía antes en toda la región.
-Ahora la gente se ha ido- dice el capataz guasón, aceptando lo inevitable. Aquí había más gente que en ningún otro pueblo de alrededor, por lo de la mina, ¿ sabe?
La mina se agotó y no se encontró más cobre, la gente se fue al País Vasco, a Suiza, los más listos, se fueron, yo me quedé viudo y aquí me tiene, esperando a que esto vuelva a ser como antes .
El visitante sonríe sin alegría, no tiene muchas ganas de hablar. Observa al pájaro que vuelve al nido entre las ramas, la presencia del halcón le gusta, convierte a este lugar en un sitio menos inhóspito.
-¿ Cuánta gente queda por aquí?
- Pues ya ve usted cómo está todo, en el pueblo sólo siete casas con gente y, en los alrededores, los viejos que no quisieron irse a la ciudad, así que habrá unos catorce o quince y unos veinte en los cortijos, calculo yo, si no ha habido ninguna muerte.
El visitante se desplaza hacia el centro del pueblo, el camino no es largo, pero la modorra después de la comida le hace avanzar con lentitud. Algunos gallos cantan. Un perro es el único que se atreve a desafiar al sol junto a la fuente callada. El perro tiene la lengua fuera y una baba blanca alrededor de la boca, respira con fuerza. En cuanto ve al visitante se va corriendo a por él. El visitante obvia al perro y se dirige a la fuente, introduce la mano para el refresco. Sirve de poco porque el sol seca pronto la mano, casi con avaricia y el visitante suda al instante. Alguna vieja pasa por la plaza y lo saluda con la cabeza. Él responde respetuoso con la mano.
-Cuénteme esa historia - dice el visitante al capataz.
-¿ Qué historia? – le responde el capataz sabiendo la respuesta.
-La que dijo antes, la del niño desaparecido.
-Ah, ya, no era ningún niño desaparecido.
-Ah, ¿ no?
-No, ¡qué va! Era sólo un niño que apareció aquí, en el pueblo. Pero de eso hace mucho, muchísimo. Es de los tiempo de mi bisabuela o antes...
-Ya...
-Pues sí. El caso fue que una madrugada, en plena cosecha de la aceituna, cuando la gente iba andando a los campos para trabajar, se encontraron con un niño harapiento y muy guarro, seco, demacrado. Hablaba muy bajo y apenas nadie lo podía entender. Parecía haber estado toda la noche caminando, o incluso días. Lo pararon, aunque quería seguir caminando. Se dieron cuenta de que llevaba unas culebrillas que le rodeaban el cuello, culebrillas de agua que le caían por la espalda. El niño tenía el miedo y el terror en sus ojos. Le dieron agua, pero el niño no quería beber y sólo miraba por encima de los cuerpos que le rodeaban. Lo único que llevaba, aparte de la ropa pobre, ni talega, ni zapatos, nada, sólo las serpientes al cuello y en la mano derecha una llave.
-¿Una llave?
-Sí, una llave. Le preguntaron si es que era de su casa y él, al rato, respondió que no, que no era la llave de su casa, que él venía de otro sitio y esa era la llave de otro universo, después cayó al suelo y murió allí mismo, no dio tiempo ni para llamar al médico siquiera.
Después de contar la historia quedaron los dos en silencio, en un silencio violento antes de oír el disparo, un disparo fuerte, después otro y otro más; hasta que cesaron. El visitante buscó en el cielo, burlón, ensangrentado. El halcón caía en picado junto al álamo de sombra generosa.
- Eso habrán sido los Cascotes, que siempre andan cazando pájaros- dijo el capataz.
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